lunes, 8 de agosto de 2011

Mario Artigas Contreras: Aristóteles España, Homenaje

Mario Artigas Contreras: Aristóteles España, Homenaje: "Un pequeño homenaje a mi amigo 'Tote' Cuando un poeta se va, Sólo quedan los recuerdos, Los momentos placenteros Convivios de carnaval..."

sábado, 6 de agosto de 2011

Julio Ardiles Gray(1922-2008)

 CUENTO
EL MENSAJE

de Julio Ardiles Gray

Al anochecer, los paisanos fueron llegando lentamente al rancho de la vieja. El sol ya se había puesto detrás de los cerros, la luz comenzaba a apagarse lentamente pero todavía permanecía en el cielo un resplandor sanguinolento. Los invitados parecían deslizarse y bogar sobre un agua color amatista que poco a poco iba haciéndose más negra.

En el patio trasero del rancho, atado a un viejo y retorcido algarrobo, había un perro negro, enorme, que les ladraba a los que llegaban. Con desesperación se babeaba y mostraba sus colmillos. Si no hubiera sido por el fuerte torzal de tiento que lo sujetaba al tronco, se habría abalanzado sobre los visitantes y los habría destrozado.

La vieja se acercaba a cada uno de los recién llegados y los saludaba tomándolos de las manos y, luego, besándolos en una de las mejillas. Luego les esntregba una vela a cada uno y les indicaba con señas la ubicación en el amplio semicírculo que fueron conformando en torno al algarrobo.

El último en llegar fue José Aparicio, domador conocido por todos, un mocetón alto y moreno. Entró sin saludar a nadie cuando la noche ya cerraba y se quedó apartado, como si tuviera vergüenza o miedo.

La gente comenzó a prender sus velas. La vieja, entonces, se dirigió a un fogón apartado y retiró una olla inmensa, toda tiznada, donde había hervido una especie de guiso, con pedazos de carne y maíz al cual le echó varias hierbas que sacó de una bolsita atada a la cintura.

Luego, acercó la olla donde estaba el perro. Todos sabían que el animal estaba sin comer hacía más de dos días y que sólo había bebido agua, como era la tradición.

El perro devoró su comida hasta saciarse. Cuando no quedó nada en la olla, se echó al pie del árbol, jadeando y relamiéndose. Entonces salió la luna. Los circunstantes comenzaron a rezar una oración cuyas palabras no se entendían. El murmullo más bien parecía el zumbido de una colmena de avispas rabiosas.

Cuando el zumbido se cortó lentmente, algunas de las mujeres suspiraron aliviadas y todos se santiguaron.

La vieja le hizo señas a la primer mujer que estaba a la izquierda en la punta del semicírculo. Ésta, apagando la vela, la dejó en manos de una vecina y se adelantó hasta llegar al perro, pero se mantuvo a prudente distancia porque el animal en la semioscuridad comenzó a gruñir roncamente. Se arrodilló delante del animal no sin antes hacerle una reverencia. Luego murmuró su pedido: quería que su hermana difunta supiera que la madre de ambas estaba muy enferma y pronto habría de reunirse con ella; le pedía que hiciera todo lo posible para recibirla y la siguiera cuidando como antes lo había hecho en vida. Luego se levantó y volvióal semicírculo.

Después, un hombre entrado en años se arrodilló a su vez y le pidió al perro que hablara con su abuela muerta para que le hiciera regresar a su hija desde donde estuviera. La perdonaba, no podía soportar su ausencia porque, además, la madre de la chica estaba muy enferma. Se quedó un momento en silencio y se retiró llorando.

Luego, una jovencita de quince años saludó al perro, se arrodilló y le pidió que le dijera a su madre que su padre estaba a punto de volver a casarse y que su futura madrastra la odiaba. Entre sollozos, rogó a su madre una seña, algo como para poder saber si tenía que resignarse a esa nueva mujer dentro de su casa o si tenía que irse lejos, a otra provincia, a trabajar en lo que fuera, dejando a su padre a quien tanto quería.

Y así fueron todos y cada uno pidiéndole al perro que llevara los mensajes hacia el reino de las sombras donde ahora vivían sus amigos y parientes difuntos. Destilaban su dolor, algunos entre llantos y otros con una extraña serenidad.

Cuando el último saludó al perro negro y se disponía a regresar al semicírculo, Aparicio se adelantó con el sombrero en la mano. Puso una rodilla en tierra y desgranó su mensaje. A veces, la congoja le hacía bajar la voz, pero luego se reponía y proseguía suplicando con un sollozo en la garganta. Le rogó al señor maestro que le dijera a la mujer de Lorenzo, muerta hacía un mes en circunstancias extrañas, que todavía no podía olvidarla, que no podía olvidar su cuerpo ni sus manos, ni tampoco el olor de su piel y de sus cabellos. Siempre iba a orillas de la laguna y buscaba la mata de pasto donde solían acostarse para hacer el amor.

Entre todos los asistentes, ante la confesión, corrió un escalofrío invisible. Algunas mujeres no pudieron contener una exclamación ahogada, sobre todo cuando Aparicio le dijo a la muerta que muy pronto estaría con ella, que lo esperara porque allí iban a ser felices para siempre.

Cuando el domador terminó con su mensaje y se retiró, la luna salió detrás de los espinillos iluminando las sombras con su luz lechosa.

El perro comenzó a gemir cuando vio que la vieja se le aproximaba con un hacha en las manos. Quiso ladrar pero la mujer no le dio tiempo: con una fuerza increíble para sus años, le dio un golpe seco y le partió la cabeza, que dejó escapar un chorro de sangre oscura. El silencio se hizo aún más espeso.

Los asistentes se santiguaron, quedaron un rato inmóviles y luego fueron desapareciendo por las sensdas que llevaban al rancho como si no tocaran el suelo, las mujeres apretando sus rebozos y los hombres ajustando sus chalinas y sus pañuelos alrededor del cuello.

Aparicio fue el último en slir cuando todos ya se habían ido. Caminaba con la cabeza descubierta y el sombrero en la mano, como si contara sus pasos en la tierra invisible. Salió al descampado. Luego, al pasar frente a un montecito de chañares, una sombra surgió en la espesura. Cuando advirtió que el bulto era Lorenzo con un enorme cuchillo en mano, bajó la cabeza y fue al encuentro de la hoja que lo esperaba, resignado.



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Julio Ardiles Gray nació en Tucumán en 1922. Junto a Manuel Castilla fue uno de los fundadores del movimiento cultural La Carpa. Pertenece a la generación de autores como Juan José Manauta, Bernardo Kordon, Héctor Tizón y Rodolfo Walsh, entre otros. Es siempre recordado en antologías de cuento argentino. Ha publicado libros de poemas, teatro y cuento; es traductor de francés, italiano y portugués. Hace reseñas de libros en el suplemento literario de La Gaceta de Tucumán.

Entre sus libros:

* Cuentos amables

* Historias de taximetreros

* Los amigos lejanos





Fuente: revista Nueva, Nro. 529 - Director: Pablo Sirvén.

Selección de textos, biografía y comentarios : María Malusardi. mariamalu@hotmail.com

miércoles, 3 de agosto de 2011

martes, 2 de agosto de 2011

LA PÁGINA DE ANDRÉS MORALES: MIS AGRADECIMIENTOS POR SUS CONDOLENCIAS

LA PÁGINA DE ANDRÉS MORALES: MIS AGRADECIMIENTOS POR SUS CONDOLENCIAS: "QUERIDOS AMIGOS: MIL GRACIAS POR SUS CONDOLENCIAS EN OCASIÓN DEL SENSIBLE FALLECIMIENTO DE MI AMADA MADRE. LOS TENGO A TODOS EN MI CORA..."