sábado, 22 de octubre de 2011

seres encontrados

la ciudad bulliciosa

estalla en sus lamentos,

seres fantasmas inundan espacios en la nada,

seres que caminan confundidos en la noche,

sus miradas ajenas a la libertad,

miradas de seres que no están.

manuela b.



Ser poeta es un modo de vivir

¿Puedo llamarle poeta?


¿Cómo iba a llamarme, si no?

¿Qué es un poeta?

Uno que busca la verdad.

Como el filósofo, pues.

El filósofo la presiente. El poeta la caza con el revólver del lenguaje, cargado siempre con seis balas.

¿Qué tipo de verdad caza?

Verdades universales, la que cualquiera en cualquier sitio reconoce. ¡No existe poesía sin un lector que entienda el poema!

¿Y si el lector no lo entiende, qué?

Entonces es culpa del presunto poeta.

¿Por eso hay pocos lectores de poesía?

Por eso y también porque la poesía no regala nada: pide del lector una disposición, un mínimo adiestramiento del instrumento. Si lo hay, cada poema será una partitura interpretada por el lector: ¡habrá poesía!

¿Y para qué sirve la poesía?

Para ser más feliz. Misteriosamente. La poesía imparte conocimiento y consuelo. Es nuestra última casa de misericordia.

¿Cómo es eso?

Uno entra con un problema en un poema… y sale de él menos desgraciado. Entras con algún desorden y sales algo más ordenado. ¿Qué ha pasado ahí dentro? Misterio. ¡Nadie lo sabe, pero la poesía ha operado!

¿Existe algo que la poesía no consuele?

No. El buen poema, por bello que sea, será cruel. La intemperie es dura…, ¡pero más dura es sin poemas!

Está la muerte…

La vida – la poesía-impone orden al desorden que es la muerte. Mientras mi hija Joana agonizaba, yo escribía.

¿Se puede escribir bien sin distancia?

La regla es que no…, pero la infringí. “Si escribo que lloro, no estoy llorando”, enseñó Voltaire. Pero toda regla tiene excepciones.

¿Cuándo supo usted que sería poeta?

Hacia los 18 años tuve la convicción. ¡Puedes equivocarte… y perder la vida! Yo estuve a punto…, hasta que entendí: no escribir en mi lengua materna hacía imposible un buen poema mío. Pero ya tenía publicado un primer libro… que hoy odio.

¿Por qué?

Creía que la poesía era una catedral. Hoy sé que la poesía es la áspera cripta.

¿Qué hace del poema un buen poema?

Buen poema es el que lees infinitas veces sin cansarte, saliendo siempre mejor de lo que entraste. ¿Por qué? ¡Ni puñetera idea! Sales, misteriosamente, más feliz. Yo ya nunca digo feliz sin añadir misteriosamente.

¿Antítesis de felicidad es sufrimiento?

¡No! El sufrimiento puede hacerte un agujero… y puedes seguir avanzando igual de feliz ¡o más!: por un agujero puedes ver cielo. El enemigo de la felicidad es el fango, atascar el pie en el fango de envidias y miedos.

¿Cuándo es la poesía más necesaria?

Cuanto más duro sea el momento.

¿Qué consejo de oro regalaría a un joven poeta?

No olvides que pisas terreno de alto riesgo (aunque aparente ser inocuo). Un buen poema mejora el mundo, un mal poema lo empeora, nos perjudica a todos: ¡cuidado!

¿De dónde salen los poemas?

El mundo está lleno de poemas, y vas descubriéndolos: ser poeta es un modo de vivir.

Pero no se escriben solos.

Cierto: una vez aislado eso que a ti te conmueve y que entiendes que puede conmover a todos, te toca hallar las palabras que lo digan con exactitud y concisión. De tal modo que, una vez culminado el poema, si le añades o quitas algo, el poema se deshace.

¿Qué alimenta más, el pan o la poesía?

No los separe: sea sensato. Todo lo que pasa por la mente deja huella en el cuerpo, y viceversa: decir alma es decir cuerpo. Por cierto, yo supe qué era el pan viendo La cesta de pan,de Dalí: ¡por eso ese cuadro es poesía!

Extracto de una entrevista con Joan Margarit, premio Nacional de Poesía 2008. Publicada en La Vanguardia

viernes, 21 de octubre de 2011

martes, 18 de octubre de 2011

Carlos Amador Marchant (escritor: Iquique-Chile): ¿Qué es esto de los años, Mario Ferrero?

Carlos Amador Marchant (escritor: Iquique-Chile): ¿Qué es esto de los años, Mario Ferrero?: Escribe Carlos Amador Marchant Es que ya parece que nos quedamos solos, dijo alguien, aunque el viento sigue con fuerza lanzándonos mensaj...

lunes, 17 de octubre de 2011

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C.C.F.F. Un Camino a la Integración: Constelaciones Familiares, el Enfoque Terapéutico ...: Ésser Institut de Constel·lacions Familiars. -2009. El trabajo Transgeneracional de Bert Hellinger con las Constelaciones Familiares, nos...

lunes, 10 de octubre de 2011

"Un humanista lúcido e inquieto"

Identidad Bibliotecaria
1930 Nace Harold Pinter, escritor inglés, Premio Nobel de Literatura en 2005.
Harold Pinter CBE, CH (10 de octubre de 1930 - 24 de diciembre de 2008),

fue un dramaturgo, guionista, poeta, actor, director y activista político británico, ganador del Premio Nobel de Literatura en 2005. Escribió para teatro, televisión, radio y cine. Sus primeros trabajos fueron frecuentemente asociados al teatro del absurdo. De joven publicó poesía, y comenzó a trabajar en el teatro como actor bajo el seudónimo de David Baron. Su primera obra, The Room, fue representada por primera vez en la Universidad de Bristol por los estudiantes de la misma. The Birthday Party (1958) fue inicialmente un fracaso, a pesar de la crítica positiva aparecida en The Sunday Times por parte del crítico de teatro Harold Bobson, pero el autor conseguiría el éxito con The Caretaker en 1960. Este éxito le ayudó a establecerse. Las mencionadas obras, y otros de sus trabajos tempranos como The Lover en 1962 o The Homecoming (1964), han sido muchas veces etiquetados como "teatro del absurdo". En ellas se parte usualmente de una situación aparentemente inocente, situación absurda y amenazante debido a la conducta peculiar de algún personaje que resulta incomprensible para el público, y en ocasiones para el resto de los personajes. La obra de Pinter muestra una marcada influencia de los primeros trabajos de Samuel Beckett, con quien mantuvo una larga amistad. En 1985 Pinter viajó a Turquía con el escritor estadounidense Arthur Miller y conoció a muchas víctimas de la represión política. En la función en honor a Miller en la embajada estadounidense, en lugar de intercambiar cortesías, Pinter mencionó a personas que habían recibido descargas eléctricas en sus genitales, declaraciones que hicieron que lo echaran. (Miller, en apoyo, abandonó la embajada con él). La experiencia de Pinter en la represión turca y la supresión del idioma kurdo inspiraron la obra de 1988 Mountain Language. En 1999 Pinter se convirtió en un crítico ferviente de los bombardeos a Kosovo autorizados por la OTAN. También se opuso a las invasiones de Afganistán en 2001 y de Iraq en 2003. En 2005, anunció que se retiraba del teatro para dedicarse a la acción política. Junto a otras personalidades judías acordó no aceptar la ciudadanía israelí ni celebrar el 60 aniversario de este Estado por condenar sus atentados contra la vida de los palestinos. Pinter fue nombrado “Companion of Honour” en 2002, título honorífico británico, después de haber rechazado el título de Sir. En octubre del 2005, la academia sueca anunció a Pinter como el ganador del Premio Nobel de Literatura 2005, con la motivación de: “Quien en sus obras se descubre el precipicio bajo la irrelevancia cotidiana y las fuerzas que entran en confrontación en las habitaciones cerradas”. En su discurso de agradecimiento leyó Explico algunas cosas de Pablo Neruda.









"Un humanista lúcido e inquieto"


Desde diferentes partes de Europa, escritores y dirigentes políticos han declarado su consternación tras la muerte de Harold Pinter. Uno de los primeros ha sido el dramaturgo checo y ex presidente de su país Vaclav Havel -sempiterno candidato al Nobel-. "La solidaridad que nos manifestó tanto a mí como a mis compañeros de la época de la resistencia anticomunista fue de una gran importancia", aseguró en un comunicado difundido por Internet. "Pinter era un excelente dramaturgo. Desde mi juventud siempre le aprecié muchísimo y con el tiempo nos convertirnos en amigos personales. Su muerte me ha afectado profundamente y sólo me queda expresar mis condolencias a su mujer, Lady Antonia Fraser".

Otro político que declaró su admiración por el autor fue el presidente francés Nicolas Sarkozy, que calificó a Pinter como "un humanista lúcido, inquieto e intransigente". "Tenía un temperamento rebelde y heterodoxo. Desde Caretaker hasta Ashes to ashes, Pinter buscó durante toda su vida la verdad de los seres y de las situaciones. Tanto en su labor de escritor como en su vida de ciudadano castigó sin descanso la estupidez humana y sus numerosas manifestaciones".

El director creativo de la BBC, Alan Yentob, comentó: "Fue una figura única en el teatro británico. Dominó la escena teatral desde los años cincuenta de la pasada centuria". También manifestaron su duelo los miembros de la Central School of Speech and Drama de la Universidad de Londres. A causa de su enfermedad, Pinter no pudo recoger a principios de diciembre el título de doctor honoris causa que le habían concedido.

La viuda del dramaturgo, la prestigiosa historiadora Lady Antonio Fraser, autora de títulos de referencia como María, reina de los escoceses, Carlos II -en la que se basó la serie homónima de la BBC- o María Antonieta: el viaje -inspiración para la película de Sofia Coppola- hizo una breve declaración en la que aseguró: "Harold fue un grande. Ha sido un privilegio vivir con él durante 33 años. Nunca será olvidado".

Ariel Dorfman es escritor chileno. Pinter dedicó su último libro de poemas a Dorfman y a su mujer, Angélica.







Fue en Chile y a principios de los años sesenta que por primera vez asistí a una obra de Harold Pinter, y fue una experiencia que alteró mi vida y mi literatura para siempre.

Lo más insólito de esa hora y media en que presencié El Montacargas fue cuán reconocible me resultó de inmediato aquella producción, casi familiarmente latinoamericana pese a que había sido concebida en un inglés elíptico por un autor del distante barrio londinense de Hackney. Esa sensación de cercanía con Pinter la fui confirmando en los años que siguieron.

Con cada obra teatral suya que conocí -y las devoré todas- se me fue haciendo más indispensable, más irremplazable. Fue Pinter el que me demostró cómo el arte dramático puede ser lírico sin versificar, poético por su mera capacidad de bucear en los ritmos enterrados de nuestras mágicas conversaciones cotidianas. Y me susurraba que a menudo hablamos, no para revelar lo que sentimos o pensamos, sino para esconder nuestra interioridad, para evitar aquella revelación. Y no tenía miedo del silencio ni de que sus personajes tartamudearan o cayeran en una retórica inescrutable. Y comprendía Pinter que si empujas con suficiente encarnizamiento aquello que llamamos lo real, si lo empujas con desesperación y porfía, es posible que se nos abra otra dimensión, algo fantástico, absurdo, delirante. Y sugería que las peores alucinaciones del miedo no deben estar inmunes del péndulo lacerante del humor. Pero todas estas lecciones de dramaturgia palidecieron comparadas con lo que me enseñó Pinter acerca de la existencia humana, acerca de -me atrevo a usar esa palabra- la política.

Desde el inicio, me visitó la intuición de que Harold Pinter estaba explorando un mundo profundamente político. No en el sentido patente y claro con que, a partir de la década de los ochenta, armaría obras en que sus personajes sufrían los embates de un estado policial, a la merced de un ejército o un dictadorzuelo o el torturador de turno. En las primeras sobresalientes obras de Pinter de los años cincuenta y sesenta su imaginación no tenía interés en disputar la arena de lo público ni tampoco, aparentemente, cambiar o mejorar el mundo. Sus protagonistas eran, por el contrario, los tristes ciudadanos de una intimidad asediada, únicamente obsesionados con la supervivencia personal y no colectiva.

Y, sin embargo, al atraparnos en aquellas vidas, Pinter estaba revelándonos las muchas gradaciones y degradaciones del poder con una brutalidad que no había remarcado yo antes en otros autores supuestamente dedicados a examinar la urgente contingencia política. Todo el poder, todo dominio y toda liberación comienza allá, nos decía Pinter, en esas habitaciones claustrofóbicas donde cada palabra cuenta, cada pequeña expresión puede traer la derrota, cada frase puede que se pague con alguna secreta moneda de futuro sufrimiento. ¿Quieren liberar a la humanidad de la opresión? Miren hacia adentro, miren hacia el lado, miren y registren la escondida violencia del lenguaje. Nunca olviden de que es en ese vocabulario donde se origina la otra violencia paralela, la que se cierne sobre el cuerpo ajeno.

Dos hombres en un sótano que deben matar a alguien. Un viejo vagabundo que se instala como cuidador en un aposento desolado. Una celebración de cumpleaños interrumpida por invasores insensatos y torpes. Una mujer que plancha y cocina mientras sospecha que alguien quiere echarle de su domicilio. Un hijo que retorna con una mujer enigmática al hogar corrupto del que huyó hace muchos años atrás.

Escenas primordiales de traición y amenaza que podían estar transcurriendo en cualquier rincón de nuestro planeta, encarnaciones de un vasto paisaje del terror, la condición precaria en que reside la gran mayoría de la humanidad contemporánea, la historia ignorada del siglo XX y probablemente de los siglos que lo han de suceder. Fue natural que yo proyectara sobre esas existencias nacidas en Inglaterra las sombras perturbadoras de mi propia Latinoamérica. ¿Cuántos Davies sin casa cruzaban las calles de Santiago de Chile? ¿Cuántas mujeres llamadas Rose o Rosa temían y deseaban un visitante desde su pretérito imperfecto? ¿Cuántos sicarios no se toman el tiempo en los subsuelos de Buenos Aires ayer, cuántos no nos estaban esperando mañana en algún subterráneo de São Paolo?

¿Y cómo contar esas historias, cómo respetar la incertidumbre de aquellas existencias al borde de la extinción, cómo desnudar esas máscaras, y hacerlo con ternura, hacerlo con amor hacia aquellas víctimas de su propia ilusión?

Pinter había descubierto el secreto.

Y toda mi vida me ha rondado ese descubrimiento y ese talento. Tan trastornado por sus obras, que el primer libro que escribí, a los 23 años, fue un examen de su teatro. Tanto me rondó Pinter que, muchos años más tarde, cuando empecé a escribir yo mismo en ese género, fueron su influencia y su estética las que me guiaron, hasta el punto de que le dediqué La muerte y la doncella. A esas alturas, ya nos habíamos hecho amigos, él y yo y su mujer Antonia y mi Angélica, pero todos nuestros encuentros y excursiones y cenas eran, de hecho, formas de continuar una conversación que entablé con él antes de que me honrara con su afecto.

Sus personajes se caracterizaban por ser incapaces de comunicarse entre sí, por hallarse perdidos en el pantano de una soledad impenetrable, pero Pinter mismo jamás se sintió plagado por esa reticencia, siempre se hizo absoluta y meridianamente comprensible. Ya en esa primera ocasión en que presencié una obra suya en Santiago supo Pinter desterrar, simplemente al darle un nombre, mi propio desamparo. Ahora que está presumiblemente muerto, ahora que debo enfrentar un mundo en que no podré llamarlo por teléfono y escuchar su voz seca y rasa, ahora que no voy a poder sentarme, como lo hemos hecho en Londres y Nueva York, en Gales y París y Edimburgo, ahora que no voy a poder conspirar con él para denunciar la última tropelía y el penúltimo abuso de los derechos humanos, ahora que el correo nunca más me traerá sus nuevos poemas o pensamientos, lo que me queda es lo mismo que descubrí hace 45 años en la lejanía de Santiago cuando me encandiló esa primera obra, no me queda otra que esperar que habrá de seguir ayudándome a mí y a tantos otros a desentrañar los misterios de nuestra época gloriosa y miserable, lo único que me queda es agradecer la ferocidad del corazón con que persiguió la verdad de nuestra inmensa condición humana. Sus protagonistas eran los tristes ciudadanos de una intimidad asediada Supo desterrar, simplemente al darle nombre, mi propio desamparo

Ariel Dorfman es escritor chileno. Pinter dedicó su último libro de poemas a Dorfman y a su mujer, Angélica.